GRAN ELECTOR

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tratamos del contrasentido de padecer los mil males del populismo, ¡y aceptar un Sistema Electoral, casi forzado a encumbrar solamente a esa desgracia para nuestra vapuleada América Latina...

domingo, 2 de julio de 2017

Nota 03
MUDAR LA CAPITAL
Propio del poco sentido común y la mira baja, algo tan virtuoso como mudar la Capital causa más escepticismo que interés (o curiosidad al menos) pese a ser esencial a la convivencia y de casi mágicos efectos, desde haber esperado hasta la actual esfumación de empleos validados por algún rédito, ¡y cuando el Estado fallido por oficiar de Papá Noel ya no puede absorber un pedigüeño más!
Para evitar avivadas de meros informados, declarar expropiables, y al valor de ese momento todo predio en un radio de 20 kms, en torno al kilómetro Cero de la nueva capital, nomás decidirlo y antes de conocerse su real ubicación. Eso y el tan rehuido plan Laura, serían los pilares del big bang de progreso y fatiga, ¡al punto que deberían ser instituidos Meta y Causa nacional, y con un almanaque en el obelisco, con los días que nos falten para lograr el objetivo!
Parte del reparo se debe a que millones, sin haber leído a Alberdi ni sus Bases, se escaldaron cuando Alfonsín se subió a un tren inaugural hacia una lejana a la ideal ubicación, ¡nunca costera!, y menos en una geografía dilatada y con escaso litoral propicio, y agravado por seudo estadistas, que todo lo catalogan por sus efectos electoralistas para seguir al mando.
Tantas son las virtudes de esa empresa que cuesta quedarse con una y cuando la primera es mejorar la baja densidad poblacional de la Argentina, agravada por su concentración enfermiza e improductiva, propia de nuestra preferencia por el jolgorio de la City cabaret, cual otro majestuoso y gigante Las Vegas con su flujo de dólares de diversos affaires y la estela infinita de ludópatas que aportan su diezmo al altar de los vicios y la disipación.
Aceptar que Buenos Aires se tornó inviable, y que agregar 22.000 camaritas a las actuales para esclarecer el delito sin evitarlo, y gastando una fortuna, con las de emplastos como erradicar a los “trapitos”, ineficaces todos, conforman un derroche que sólo engorda el caldo propicio al latrocinio, pudiendo haber sido mucho más efectivas de haberlas aplicado al contra éxodo imperioso, y contra el proliferar mafioso que tornó la City un campo minado, con la gente entre rejas y los sátrapas mejor y más pertrechados que la Policía, asaltando y matando porque sí, en salideras de bancos, entraderas o en el diario ir y venir por los motochorros, la neo “industria” del crimen que estraga a jóvenes, a los policías y una Justicia corroída por el suculento botín de la droga y el hampa.
Para peor, con inconsciencia suicida Buenos Aires se tornó el gran y exclusivo Tabarís de la Argentina, un lujo descomedido, inclusive para un país con tanta y tan feraz geografía, pero infra poblado, desaprovechado y mal conducido.
Ya en 1869, el cordobés Martín Piñero no veía Gran Urbe, cuyo gobierno no se debiera a ella, y Carlos Tejedor prefería un páramo ¡cuando no había piquetes ni cortes, fútbol ni show o circo diluyentes! Sólo iniciar la mudanza perderían clientela los que azuzan a exigir casas o chapas y sumarse al caos de la CABA, que debería ayudar a los que deseen “internarse” en el suelo patrio, y no a los que protestan y reclaman, pero sin dejar la villa ni sus curros poco sanctos. Aglomerarse abarata; la demasía enreda y encarece con mermas, muertes y angustia, modos de vida abrasivos, insalubres ¡y obligados sólo por la molicie!
El longevo y eficaz “circo y limosna” contra los que con esfuerzo sostienen a su familia y a su cuota de parásitos en atestadas, pero mullidas urbes, a fuerza de trabajo, planes y subsidios que deberían ser exclusivos para el interior. Pese a descaso la ciudad financia acomodados préstamos para la vivienda, agravando la hipertrofia y potenciando el delito a costa de prevenirlo, de educar, de sanar y de otros posibles en una más sana demografía. La ciudad, tiene el derecho a usar su privilegiado presupuesto en arreglar plazas, tornar peatonales y en el metrobús, todos maravillosos hasta con ahorros de tiempo y combustibles que no tienen precio, pero al alto y terrible costo de miles de vidas y la sangría que el delito, la droga y la nocturnidad hacen de nuestra camada más joven. ¡Algo similar a pintar una casa con sus cimientos carcomidos por el salitre!
Cierto es que el interior actual carece del aliciente de disponer de suficientes empleos, mucho debido a su limitada población, que inviabiliza inversiones y proyectos, algo que la nueva Capital revertiría ¡y con creces!
Sería la mecha para repoblar un vasto interior que apenas supera a la Capital y su conurbano, al que debería sextuplicar para dejar de pender de sus tics y modus vivendi, frívolo entre fútbol y entertainment, que no bastándole, ¡cada week end largo su gente sale en estampida a “oxigenarse” adonde sea!
Con las migraciones hormiga políticas de Estado en islamismos, budismos y otros corridos por el hambre y los ISIS, potenciar el consumismo en millones becados y subsidiados por el Estado, es imitar al avestruz con el culo al aire, cuando por falta de lugar, humus, agua o mera rapiña podrían ocuparnos por reacios a esfuerzos, ávidos de jolgorio, y de una molicie más que insalubre.
En ciudades, pueblos, caseríos o los centros turísticos de todo clima y latitud abunda feracidad en espera de brazos. Sitios donde poco cuesta una casita con media hectárea, frutales y opciones de producir con poco gasto, ideales para parejas o jubilados, y lejos del dislate porteño, pero millones prefieren el caos y las “expensas” prohibitivas de la “Reina del Plata” ¡ajenos a que ella y el auto son veneno para los que recién se inician o viven ajustados!
La Gran Urbe es el cubil y a la vez caldo de cultivo del argentus, un redomado zafio o un timador vestido en Etiqueta Negra, sin cabida en una ciudad donde vivir a lo grande y de latrocinios sería un escándalo, pero invisible en una City alienada con sed insaciable de subsidios, prebendas y jolgorio, y con una real tierra de nadie, que más de uno todavía llama “cono” urbano.
En tal melange el altruismo degenera, y del gremialista ad honorem ni la foto restó. Sus capitostes pactan con el Diablo, extorsionan al patrón y usan como carne de cañón al afiliado. La conquista a nuestro west rural para pacificar y potenciar al país, debería limitar sus facultades y pretensiones a sus fondos y con un referéndum, ¡tras oír a sus afiliados y no sólo a sus capangas!
¿Por qué fórmulas extrañas teniendo las nuestras?, alardeaban para la media afín y el show que insomnes posponen lo esencial sine die y atosigan con una banalidad no extrema de codicia, contra lo que urge a una City con calles tomadas por piqueteros, rateros y bon vivants que desde el Estado o con su cueva ostentan grosos ingresos del tráfico de influencias o lo que sea. Son los artífices de nuestras crisis siempre al acecho, ¡y al margen de las externas!
Tornarnos un país creíble y enérgico exige revertir su demografía. La ciudad, sede intelectual y científica del ser, fagocita a los débiles. Lejos de lo natural y del rural sustentador, impone bocanadas de oxígeno para ir tirando, con mil trabas y tiempo caído. Aligerar la Gran Urbe, obraría cual otro New Deal que al menguar su hegemonía y apaciguar el conurbano. Con el telégrafo y el tren en pañales limando lejanías, Alberdi pedía llevarla al centro del país; la patria aduanera prefirió llenarla de pobres y pústulas en villas o barrios tomados, un polvorín que igual arrebata que desguaza trenes o futuro, y todo bajo el manto del no criminalizar. Eso sólo amerita erigir una nueva y funcional metrópoli, y bajar el tributo que el “payuca” le rinde de lejos a la ya autónoma “madama”.
Erigirla daría un sacudón creativo, valuaría zonas yermas ¡y daría superávit! Sobran pagados para hacer nada, y energúmenos que “convertidos” pasarían de consumir a contribuir y bajar los subsidios y la brecha. Ideal sería licitarla apuntando a empresas constructoras y financiaras a través de fideicomisos o acciones para que millones puedan ahorrar, gustos o mejorar su retiro.
El Estado no debe encarar lo que hace mal, tarde y caro entre quitas y peajes, y en caso de fuerza mayor con la venia del Congreso, que deberá validar la real necesidad, los réditos y puestos a fin de la obra. Sin ahijados ni nepotes caería el paro, y lejos del poder político, el enorme derroche de su infame “cocina”.
Restará invalidar las prisas, electorales o superfluas, que cuestan fortunas, y más grave todavía, crean burbujas de conchabo y bonanza, y ellos hábitos de euforia y consumo que luego tornan más dura la posterior pérdida de trabajo por la súper producción o sobre ejecución ya agravadas por la automatización.
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Julio 20, 2017 9:53 1500
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